Vi una sombra,
cerré los ojos,
sentí su textura rozándome,
pude imaginarme la eterna dulzura,
en un parpadear como de colibrí.
Toqué y toqué hasta llegar
donde creí que no iba a volver
una y otra y otra vez.
Todo era una sola cosa:
su pelo, sus ojos, su aroma,
su calor, lo blando de sus pechos,
la curva más precisa,
justo debajo de mi conciencia.
Me hice una con lo que soñaba
y los sonidos se deformaron
hasta convertirse en una masa,
en una nube,
en una sábana arrugada,
en un color indefinido.
Toqué y rasgué y toqué de nuevo
hasta cuando ya no pude hacer más
que respirar profundo
como queriendo atrapar la vida misma
en los pulmones y en la sangre.
Fuimos una, una sola,
porque respirábamos fuego,
porque era la humedad
un estado de complicidad absoluta.
Y sin miedo ni de la muerte,
nos reímos luego,
observando el desorden,
y mirando la hora,
después de ver el placer desatado,
de la forma más hermosa.
cerré los ojos,
sentí su textura rozándome,
pude imaginarme la eterna dulzura,
en un parpadear como de colibrí.
Toqué y toqué hasta llegar
donde creí que no iba a volver
una y otra y otra vez.
Todo era una sola cosa:
su pelo, sus ojos, su aroma,
su calor, lo blando de sus pechos,
la curva más precisa,
justo debajo de mi conciencia.
Me hice una con lo que soñaba
y los sonidos se deformaron
hasta convertirse en una masa,
en una nube,
en una sábana arrugada,
en un color indefinido.
Toqué y rasgué y toqué de nuevo
hasta cuando ya no pude hacer más
que respirar profundo
como queriendo atrapar la vida misma
en los pulmones y en la sangre.
Fuimos una, una sola,
porque respirábamos fuego,
porque era la humedad
un estado de complicidad absoluta.
Y sin miedo ni de la muerte,
nos reímos luego,
observando el desorden,
y mirando la hora,
después de ver el placer desatado,
de la forma más hermosa.
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